Las elecciones de la semana pasada dejaron una enseñanza clave: la sociedad argentina votó mirando hacia el futuro, no hacia el pasado. Este cambio en la orientación del voto implica un corte con el ciclo político iniciado en 2019, cuando la vuelta de Cristina Fernández de Kirchner, a través de la fórmula con Alberto Fernández, fue posible gracias a una nostalgia económica positiva.
La gente eligió al Frente de Todos no tanto por afinidad ideológica, sino como una respuesta al malestar con las formas de gobierno de Mauricio Macri. El recuerdo del consumo, la estabilidad del dólar y cierto bienestar de los años kirchneristas habilitaron un “crédito” hacia Cristina, que parecía capaz de restaurar aquella sensación de normalidad perdida.
Sin embargo, ese crédito se agotó. La gestión de Alberto Fernández no solo dilapidó ese capital simbólico, sino que transformó al peronismo en responsable directo del deterioro económico. Si durante el macrismo la inflación pasó del 30% al 60%, el ciclo albertista llevó ese índice al 200%. Por eso, el voto a Javier Milei no fue un voto ideológico, sino una forma de rechazo doble: al fracaso económico de Cambiemos y al desastre inflacionario del Frente de Todos. En otras palabras, el electorado votó “no volver al pasado”.
El nuevo lugar del peronismo: entre la orfandad económica y la minoría nostálgica
Por primera vez, el peronismo abandona el poder con una economía destruida. En 1999, el PJ perdió el gobierno tras un ciclo de agotamiento, pero con estabilidad macroeconómica. Hoy, en cambio, se retira como sinónimo de inflación, pobreza y desorden.
El paralelo más cercano no está en la historia del peronismo, sino en la de la UCR. El radicalismo, tras el colapso de 1989, nunca volvió al poder en su forma pura, y cuando lo logro en alianza al Frepaso no pudo concluir su gobierno. Ese espejo debería inquietar al peronismo actual: el riesgo de convertirse en una minoría nostálgica, aferrada a un pasado que ya no volverá, con una dirigencia con una ligera capacidad de bloqueo, pero sin fuerza para proponer un proyecto político de mayoría.
El kirchnerismo: un peronismo liberal en sus políticas y simbólicamente ajeno a sus bases
Paradójicamente, el kirchnerismo gobernó con políticas más liberales que populares. Más allá de la Asignación Universal por Hijo, su legado económico y social no amplió los derechos laborales ni mejoró la distribución del ingreso. Las políticas que marcaron agenda —como el matrimonio igualitario, la legalización del aborto o las leyes de identidad de género— respondieron más al universo cultural del progresismo urbano que al del trabajador peronista tradicional.
Incluso las estatizaciones, como la de Aerolíneas Argentinas, fueron medidas de impacto simbólico, pero orientadas a sectores medios y altos —quienes más utilizan el transporte aéreo—, no a los sectores populares. El kirchnerismo se despegó del sujeto histórico del peronismo: el trabajador organizado, el asalariado formal, el obrero industrial. Su relación con las masas populares se redujo a una lógica asistencial: “dar algo” (un plan, una tarjeta, una asignación), pero no reintegrarlas al trabajo formal ni al ascenso social.
De hecho, las innovaciones de inclusión financiera —como las billeteras virtuales, la bancarización o la digitalización de pagos— no nacieron del peronismo, sino del mundo fintech, percibido por éste como “enemigo”. Así, la idea de dignificación a través del trabajo se vació y se sustituyó por una economía del subsidio, sin horizonte productivo.
Milei y el voto al orden económico
El fenómeno Milei debe leerse como la respuesta a dos fracasos simultáneos: el del progresismo populista y el del reformismo gradualista. La sociedad argentina premió, no las formas, sino el fondo: la promesa de estabilización. Si Cristina representó la memoria de una buena economía, Milei encarna la esperanza de una nueva estabilidad.
El resultado electoral muestra que la demanda central no es ideológica, sino económica. La gente está dispuesta a tolerar ajustes, recortes y formas disruptivas, siempre que perciba control y horizonte. Milei puede recortar partidas de seguridad social o cantar en el Movistar Arena; si logra frenar la inflación, será preferido a cualquier intento de retorno del pasado.
Conclusión: el fin del péndulo y la apertura de una nueva etapa
El ciclo iniciado en 1983 —basado en la alternancia entre peronismo y el no peronismo— parece haber llegado a un punto de inflexión. La sociedad votó contra el pasado, contra la repetición de fracasos, y puso en pausa el viejo clivaje que organizó la política argentina durante 80 años.
El desafío del peronismo será ahora redefinir su identidad sin economía: sin crecimiento, sin consumo y sin una épica distributiva. Si no lo logra, corre el riesgo de convertirse en lo que fue la UCR después del ’89: una fuerza testimonial, sin proyecto ni sujeto social que la reclame.
Lasse Paniceres Politólogo. Consultor en comunicación política.

